Ni siquiera cuando estuvo varios años condenado a trabajos forzados en un frío y devastador Gulag, el poeta y narrador ruso Varlam Shalámov llegó a perder jamás su dignidad. Todo lo contario que el escritor, encantador de serpientes, narrador de corte y bufón Platónov. Quien a cambio de unas migajas de pan, y sin pensárselo por un instante, vendió de una sola tacada su arte y su alma a sus captores.
Las duras vivencias de Shalámov vienen certeramente reflejadas en cada una de las respuestas a las preguntas que se plantea en voz alta mi paisano y genial poeta David González en su libro de relatos “El debut del chico tatuado”. Donde David, a lo largo de dicho relato, mantiene como presente y heroico hilo conductor una constante y repetida pregunta: ¿Cómo se abre camino en la nieve virgen?.
Pues resulta que yo, sin saber explicar porqué, al releer este relato sobre las penurias de Varlam Shalámov, no puedo evitar el pensar en Rezgo Reis, quizás a causa de esa valentía que supone el aventurarse a caminar descalzo en la nieve, desposeído del abrigo y protección que a todos nos da ese nombre y apellidos que al nacer nos calzamos lo mismo que cómodos zapatos. ¿O acaso Rezgo Reis es el nombre real de este transgresor y fecundo poeta que a través de sus geniales poemas siempre a reventar de originalidad nos muestra un camino que seguir en la nieve virgen del conformismo?. Pero que nadie se confunda, ojo. Porque el camino marcado por Rezgo no es recto: su camino es zigzagueante. Tan jodidamente zigzagueante como los senderos de montaña que suben abrazándose a las laderas abocándote en cada recodo a dudar si por ese camino vas bien encaminado a la cumbre, pero que al final, si no desistes, terminan por recompensarte con esa bella cumbre; con ese sitio elevado donde mirar todo cuanto te rodea siempre por encima de las cotas bajas donde se asienta la vulgaridad.
Llame como se llame Rezgo, de lo que si estoy seguro es del hecho de que es muy buena gente, porque eso se nota. Y es un tío legal, puesto que eso se nota también. Y valiente como pocos, ya que hasta le botaron de Facebook por no callarse la boca. Por no mirar para otro lado en cuanto avistó alguna injusticia a través de su periscopio de diseño, porque que conste que Rezgo es también diseñador, y sin duda su nombre no sería lo mismo si no estuviese casi siempre asociado a esos tipos tocados con esos inconfundibles sombreros, y que a menudo son dibujados por él a golpe de líneas tan angostas como certeras hasta conseguir que se asemejen a la foto de carnet de un duro gánster rehabilitado tan solo a medias por ser consciente de que ya jamás será capaz de salir a la calle sin sentir bajo su sobaco la presencia fría y metálica de su Colt Pocket Hammerless, siempre presta a disparar andanadas de palabras cargadas de pólvora y plomo.
Y ahora, dicho todo esto, iré ya terminando más que nada porque a mi no me molan nada los prólogos largos -de echo, sin son largos, yo nunca los leo hasta el final y no quiero que me pase lo mismo a mi con este-. Pero no antes sin haceros saber a todos vosotros lectores que para este poeta de barriada minera ha sido un verdadero motivo de sentida alegría el escribir este Rezgo-prólogo para el libro de mi amigo. Igual que también os hago saber que seguiré caminando orgulloso por el sendero que Rezgo Reis nos marca en la fría nieve a tantos poetas que, como él, nos negamos a que nos calienten nuestras duras cabezas con los engañosos soles comprados día tras día a base de talonario por los más poderosos, quienes son a fin de cuentas los que pretenden mover los hilos de nuestra vida lo mismo que si fuésemos inertes marionetas. Pues no, a estas alturas ya deben saber que Rezgo, yo, y tantos otros creadores libres nunca pendimos de esos hilos porque los cortamos en cuanto sentimos sus violentos tirones sobre nuestros orgullososhombros.
Larga vida a Rezgo Reis.